“El agua embravecida por
momentos, salpica caracolas por la playa y regresa en círculos de oro a su
primitiva placidez, donde un sol, dos soles se reflejan.
Ella, tirada en la orilla se
confunde. Una boya amarilla meciéndose a su lado, se transforma en gelatina,
aceite, espuma, se endurece en esfera de cristal, se descascara lentamente y
envejece. Se quiebra y de su hendija, surge una mano aprisionando la yema
fecunda de ese vientre; luego, músculos y huesos nacen al hombre, principio de
la muerte…”
“Aimé caminó el campo, ese campo
amarillo y ocre de neneos y coirones, donde el viento arrastra hasta los sueños
y a veces como jugando a las escondidas desaparece detrás de alguna roca. Allá
se quedó sola, era época de plenilunio. Nunca tuvo miedo porque conocía cada
animal, ave, grito y aullido. Se alimentó de raíces y agua fresca, y el tiempo,
la soledad, el ayuno riguroso hicieron lo suyo…”